Macario, un clásico de Día de Muertos

Ciudad de México.- Un humilde campesino y leñador, llamado Macario vive obsesionado por la pobreza que sufre y el temor a la muerte.

Debido a la precaria situación al borde de inanición que viven él y su familia comienza a anhelar poder disfrutar de un banquete sin tener que compartirlo con nadie.

En su obstinación, decide dejar de comer hasta encontrar un guajolote que él pueda comer solo.

Su preocupada mujer le ayuda robando un guajolote, y Macario sale a la soledad del bosque para comerlo a escondidas de sus hijos.

En el bosque, se encuentra consecutivamente con tres enigmáticas personalidades, una a una de las cuales desea disfrutar su suculento platillo.

Sin embargo, Macario se niega a compartirlo. El primer personaje que se presenta es el Diablo (José Gálvez) en forma de un rico hacendado; el diablo le ofrece primero sus botas con espuelas de plata, pero Macario le dice que no tiene caballo, y entonces le ofrece las monedas de oro de su pantalón, pero Macario lo rechaza, diciendo que le cortarían las manos por ladrón; finalmente, le ofrece el bosque, pero Macario le dice que el bosque no le pertenece a él, sino a Dios y que, además, teniendo el bosque, no dejaría de ser pobre, porque tendría que seguir cortando leña.

Tampoco lo comparte con el segundo personaje que se presenta, Dios, en forma de un humilde anciano.

 Macario argumenta que Él puede poseer cualquier cosa que desee, ya que es dueño de todo y lo que quiere es un gesto, y, mientras Macario con vergüenza reconoce que no tiene deseos de compartir su guajolote ni siquiera con Dios, éste desaparece, antes de que Macario pueda arrepentirse de su decisión.

Finalmente, se presenta el más extraño personaje, la Muerte (Enrique Lucero), en forma de un campesino indígena, en imitación a Macario, pero vestido con sarape negro, sombrero de palma y calzón de manta, que le dice que hacía miles de años que no comía, y Macario acepta convidarle (no con temor, sino por comprensión), ya que Macario se da cuenta de que, ante su ineludible designio, nadie escapa, y además le confiesa que le convidó para que, mientras comiera, se retrasara la muerte del propio Macario. Como muestra de agradecimiento, la Muerte le otorga su amistad y le regala a Macario agua con propiedades curativas, las cuales serán infalibles con determinada condición. Este regalo le traerá la fama y fortuna al indio Macario, pero también tendrá un alto costo.

Con esta agua mágica, podrá curar a cualquier persona si la bebe, no importa qué tan grave esté, con la condición de que Macario tendría que ver a la Muerte a los pies del enfermo. Pero, si lo ve en la cabecera del paciente, nada ni nadie podrá salvarlo, pues ese ser ya era de la Muerte.

Macario se dirige a su casa, y al poco tiempo se le presenta la oportunidad de aliviar a una persona (la primera fue uno de sus hijos), y después otra, y poco a poco va creciendo el número de pacientes que tiene, con la única excepción de aquellos donde la muerte aparece a la cabeza del paciente; fuera de esto, sus poderes curativos se vuelven muy requeridos por todos. Incluso deja sin clientes al médico y al enterrador del lugar.

Aunque, en un principio, él no desea cobrar, la gente comienza a ofrecerle comida y dinero, que después él comparte con los demás pobres, y su fama comienza a extenderse por toda la región, hasta llegar a los oídos de la Inquisición. Las autoridades eclesiáticas ordenan su captura, para juzgarlo por brujería.

Para averiguar si Macario de verdad tiene poderes mágicos, le ponen una prueba, donde entre varios convictos tendrá que decir quién vive y quién no. Entre estos condenados, ponen al verdugo del reino, un hombre fuerte y musculoso, y a un condenado a muerte, esperando que Macario se equivoque.

Cuál no será la sorpresa de todos cuando Macario les dice que el único que morirá es el verdugo. Por supuesto, la gente comienza a burlarse de él, pero entonces llega un mensajero con una carta donde le perdona la vida al condenado a muerte, y cuando se acercan al verdugo a pedirle que se levante, este está muerto, y es que no pudo soportar la impresión de ver a Macario por su temor a los magos, provocándole un paro cardíaco. Los religiosos entonces lo condenan por adivinación al tormento y la hoguera.

Ante esto, la esposa del virrey le suplica a Macario, recluido en espera de su ajusticiamiento, que vea a su hijo enfermo. Cuando lo llevan ante el niño, pide estar a solas con él, y se entera de que la Muerte ha decidido llevárselo; por más que Macario suplica para que no lo haga (porque de esto depende su propia vida), la Muerte le dice que no hay alternativa.

Ante el temor, Macario huye, porque sabe que será condenado a muerte por no salvar al niño. Y, mientras todo el mundo lo persigue, en el bosque vuelve a encontrarse con el diablo y con Dios.

Ambos le recuerdan que debió haber compartido el pavo con ellos: el Diablo le recrimina que, si lo hubiera elegido a él, nada le habría pasado, y lo invita de nuevo a ir con él, pero Macario lo rechaza; Dios, en cambio, le advierte a Macario que su propia muerte está cerca y que debe reflexionar sobre sus acciones.

Y, cuando llega a la caverna de la muerte (las grutas de Cacahuamilpa), donde encuentra una gran cantidad de velas (cada vela significa la vida de una persona y, si esta es pequeña, significa que está a punto de extinguirse y dicha persona morirá).

La Muerte le reclama que él comerció con algo muy sagrado, que es la vida. Y cuando Macario encuentra su propia vela a punto de apagarse, trata de huir con ella, pero ya es tarde, la Muerte le advierte que hay reglas que ni siquiera ella puede pasar por alto y que en realidad ella no tiene poder para retrasar el momento en que cada quien va a fallecer, y le hace ver que es mejor que se prepare para aceptar su destino en lugar de escapar, pues es inútil: nadie puede escapar de la Muerte.

Finalmente, la esposa de Macario encuentra su cuerpo en el bosque, sin vida, sólo que con el guajolote consumido solo a medias, pues ha muerto por una rápida indigestión, al no estar acostumbrado a comer tan rápidamente. Deja al espectador la duda de si todo fue un sueño de Macario antes de morir o bien un breve preámbulo maligno de la Muerte para jugar con él.